lunes, 28 de enero de 2013

LA ESCLAVITUD INFANTIL



CANALLADAS PRESIDENCIALES.

EL CRISTINISMO SOLO RECONOCE LA INSEGURIDAD DONDE NO GANA ELECCIONES.
INDIGENCIA NIÑES
El colectivo cristinista Unidos y Organizados realizará “talleres y charlas y sobre seguridad” en Rosario, hoy en el foco de atención por situación respecto al delito. Pero la inseguridad ha sido un tema ampliamente minimizado por el Gobierno Nacional. Parece que lo descubre y preocupa en territorios donde el electorado no lo elije.
La inseguridad es una problemática que se encuentra en el 1er lugar de las preocupaciones de la ciudadanía en cualquier encuesta que se consulte.
Por caso, un relevamiento publicado en noviembre de la consultora Magement & Fit mostraba además que el 51,8% de los encuestados opinaba que el gobierno no se estaba ocupando de darle solución.
De más está decir que las consignas contra la inseguridad fueron mayoritarias en las manifestaciones del 13-S y del #8N.
Es histórica la posición del gobierno kirchnercristinista al respecto: siempre ha negado que el problema del delito lo haya desbordado e insiste en que los índices del crimen han descendido durante su gestión.
El colmo de la minimización corrió por parte de la ya célebre frase del entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, quien en aquellos años dirigía las fuerzas de seguridad: “Lo que hay es sensación de inseguridad”.
La presidente Cristina Fernández creó en 2009 el Ministerio de Seguridad, una ligera aceptación de que no se estaba haciendo todo lo posible en la materia.
No obstante, su titular, Nilda Garré no se despegó ni un milímetro del discurso que se sostenía hasta el momento. En agostó último, Garré dijo: “La gente ve muchas cosas que la angustian, algunas de esas noticias son bien intencionadas y otras no. Todo eso aumentó la sensación de inseguridad”.
Una reiteración que de poco sirve a las numerosas familias que han perdido a algún familiar o amigo en un hecho delictivo o que ha padecido robos o entraderas. De igual forma, es inútil decirle a estas personas y todas aquellas que se sienten atemorizadas por estos acontecimiento que la Argentina “no tiene los peores índices” y que hay países que en este aspecto están peor.
INSEGURIDAD SANITARIA
El discurso negador sólo se interrumpe cuando el cristinismo puede sacarle algún beneficio.
Es el caso de la provincia de Santa Fe, y más específicamente la ciudad de Rosario, que se ve azotada por el crecimiento del delito como consecuencia del narcotráfico.
Allí, el cristinismo, tanto desde el sector político como el de las organizaciones sociales, se ha propuesto a machacar con el tema de la inseguridad, lo que exhibe más una intención de esmerilar al gobierno socialista de Antonio Bonfatti, delfín de Hermes Binner, del FAP, que a poner en discusión una problemática de larga data.
El cristinismo usa la inseguridad como instrumento contra sus adversarios políticos, mientras la niega cuando se le interpela en cuanto a su responsabilidad sobre ella.
Y así vemos que el colectivo Unidos y Organizados realizará en Rosario una serie de “talleres y charlas y sobre seguridad”. De acuerdo a la agencia Télam, la organización ultracristinista realizará estas jornadas durante los próximos viernes y sábado.
Santa Fe y Rosario son distritos electoralmente adversos para el cristinismo. Agustín Rossi, quien encabeza además la embestida local contra el Ejecutivo, quedó en 3er puesto en las elecciones a la gobernación de 2011 y corre el riesgo de perder la pulseada con Miguel Del Sel, independientemente de que vaya a renovar su banca.
Hay inseguridad en muchos puntos del país, con epicentro en el conurbano bonaerense. Pero el cristinismo sólo la ve donde no gana elecciones.





Mientras los medios de comunicación nos bombardean con estériles debates políticos acerca de la situación económica y el estado de la nación, la maquinaria capitalista sigue implacable su viaje hacia ninguna parte, no se detiene ante nada ni ante nadie.
Mucha gente habla a diario de las bondades de nuestra sociedad moderna y evolucionada, de los grandes beneficios que nos ha proporcionado y la gran cantidad de servicios y productos disponibles para todos aquellos consumidores (eso es lo que somos: consumidores, no personas) dispuestos a alcanzar el estándar de vida que nos proponen. Sin embargo, nunca veo a nadie hablando de los sacrificios que hay que aceptar para tener todos esos productos imprescindibles para nuestra vida de consumo y felicidad artificial
Tal vez, uno de los sacrificios más importantes que se nos exige, y que acatamos sin rechistar, es el de la infancia. Más de 400 millones de niños en todo el mundo viven sometidos a la esclavitud, jamás en la historia de la humanidad hubo tantos esclavos como en pleno siglo XXI. Alrededor de 175 millones de estos niños son menores de cinco años, con cinco años en nuestra moderna y democrática sociedad apenas sabemos sacarnos los mocos de la nariz y estos millones de niños trabajan de sol a sol a cambio de comida y, con mucha suerte, un techo en el que refugiarse.
Si esto es vivir en una sociedad justa y democrática, yo escupo sobre vuestra justicia y vuestra democracia. Pero no me escaqueo de mi parte de culpa, yo formo parte de esa sociedad que consume ferozmente y evita enfrentarse a la realidad de nuestro mundo. Todos lo hacemos, y seguimos tragando mierda y dejando que nuestros políticos y sindicatos (cada día cuesta más diferenciarlos) no hagan nada, no sea que disgusten a los dueños que les dan de comer.
La terrible condena a la que sometemos a esos millones de niños y niñas tiene muchas caras. Están los niños que fabrican juguetes en China para grandes marcas como Hasbro, Mattel o Disney; durante doce o quince horas al día para que nuestros hijos tengan su justa recompensa por haber sido buenos chicos. También tenemos a niños africanos, sudamericanos e indios trabajando en las minas pagando las deudas de sus familias para que cuando queramos podamos cambiarnos el móvil que nos compramos tres meses atrás. Se calcula que hay unos 130 millones de niños trabajando en los campos a cambio de comida repartidos por todo el mundo, por ejemplo recogiendo cacao en el África occidental para multinacionales como Nestlé. Cientos de miles trabajan en talleres de confección en Asia para que podamos renovar nuestro vestuario cada nueva temporada. La esclavitud infantil representa el 10% de la fuerza laboral mundial, mientras en esos mismos países el paro adulto aumenta de manera vertiginosa. Da asco cómo las grandes multinacionales se escudan hablando de trabajo infantil en lugar de esclavitud, por si fuera poco se atreven a asegurar que es mejor que los niños trabajen puesto que de otra forma se morirían de hambre. Así es, los gurús de nuestra democrática sociedad prefieren que los niños trabajen para que no mueran, porque lo de ser felices, ir a la escuela, tener una vivienda digna y una familia a su alrededor al parecer no es bueno o, por lo menos no para esos niños, porque no me imagino a la descendencia de los ejecutivos de las grandes empresas yendo a recoger algodón en lugar de asistir a sus internados privados.
Todos somos culpables de la situación, nos dejamos seducir por la ilusión de felicidad consumista y lo queremos todo lo más rápido y barato posible y claro, tampoco hay tanta gente en el mundo que sea considerada consumidora de primera categoría, así que las multinacionales tienen mucha competencia y luchan por abaratar costes a cualquier precio. No hay nada más barato que los niños trabajando para sobrevivir, no exigen nada, no cuestan nada, en definitiva, no valen nada.
Pero no toda la esclavitud es laboral, todavía hay casos más sangrantes si cabe. Cientos de miles de niños son reclutados contra su voluntad para participar en guerras, arrancados de sus pueblos y separados para siempre de sus familias son obligados a matar para no morir. Por supuesto estas guerras las financiamos entre todos gracias a nuestra tolerancia con la fabricación y venta de armamento. Millones de niños y niñas son vendidos por sus familias para pagar las deudas con usureros locales, la mayoría de estos niños acaban en redes de prostitución repartidas por todo el mundo para que los putos pederastas puedan saciar su criminal deseo. Los menos afortunados de estos niños mueren a manos de carniceros que inmediatamente les extirpan los órganos para que algún inocente niño occidental pueda seguir yendo a ver los partidos de fútbol con su maravilloso papá.
Todo esto nos suena como lejano, ya se sabe que ojos que no ven... Pero no os engañéis, la esclavitud infantil está entre nosotros. Estudios recientes demuestran que hay más de dos millones de niños esclavos trabajando en el servicio doméstico en la Unión Europea y cientos de miles de niñas menores de edad siendo violadas repetidamente en multitud de prostíbulos europeos.
Las cifras hablan por sí solas. En América Latina uno de cada cinco niños de entre 5 y 14 años vive esclavizado, en África es 1 de cada 3 y en Asia 1 de cada 2 y nosotros lo permitimos y lo fomentamos con nuestra manera de vivir.
En esta sociedad democrática y justa, de cada dos niños pobres uno trabaja como esclavo a cambio de seguir viviendo un día más. El otro niño pobre simplemente sobra, el mercado no le necesita.
Debemos hacer aquello que creamos que está en nuestras manos. A nivel particular podemos informarnos sobre las empresas que alientan y permiten que los niños trabajen para vivir y no adquirir sus productos, podemos alzar la voz para que nuestros políticos nos escuchen y si no lo hacen podemos alzar la voz para largarlos de una vez por todas. Podemos exigir el fin de la economía basada en la guerra y detener la venta de armas, podemos hacer todo aquello que imaginemos si somos capaces de deshacernos de la propaganda “econo-fascista” que día a día inunda nuestras mentes a todas horas. Que cada cual actúe como crea mejor pero que actúe.
Raúl
http://quebrantandoelsilencio.blogspot.com.es/2010/07/la-esclavitud-infantil-aumenta.html


El limpiavidrios que prepeó al sistema



(APe).- Facundo Goñi es “la mala vida”. Limpiavidrios, de piel esculpida por viejas oscuridades, de figura magra y tatuada, es el fenotipo del marginado en una sociedad que estableció con notorio énfasis una línea feroz que divide entre nosotros y los otros. Pero Facundo Goñi también es hoy, lo que el defensor general de La Plata, Omar Ozafrain definió como “causa paradigmática de cómo a veces los procedimientos policiales conducen a la incriminación de inocentes”. De modo tan escandaloso, que la misma fiscal Graciela Riveros concluyó que “los funcionarios policiales actuaron con exceso de sus facultades al no encontrarse en una situación de flagrancia y tampoco entiendo que han justificado debidamente el estado de sospechas hacía Goñi. Procedieron igualmente a la requisa de un individuo sin orden judicial”.


En apenas unos días, la causa por “tenencia ilegal de arma de fuego y resistencia a la autoridad” mutó en una grosera desnudez institucional hacia el ya demasiado habitual armado de casos que ocultan un cruel ramillete de razones sistémicas: reforzar un estereotipo delincuencial hacia morochos, pobres y casi siempre analfabetos o semianalfabetos, captar fondos para la agencia de seguridad o disciplinar ejércitos de excluidos a su merced.



Esta historia penal arranca en un banco de la Plaza San Martín en el invierno de 2012 con Facundo junto a un grupo de chicos. Eran las diez de la noche y varios policías se les acercaron. Los chicos se fueron. Facundo les preguntó qué ocurría. La respuesta policial fue veloz: primero un puñetazo y luego, fue rápidamente esposado y encapuchado con su propia campera. Ya en la comisaría, quisieron que firmara una declaración por resistencia a la autoridad. Algunas horas más tarde, la acusación ya era otra: tenencia ilegal de arma de fuego. El juicio oral y público demostraría seis meses más tarde que al arma la habían colocado en su bolsillo los mismos policías que se lo llevaron.



Hay un capítulo en el informe 2011 del Comité contra la Tortura que tiene como título “Facundo Goñi”. “Este caso permite reconocer el hostigamiento del que son víctimas quienes trabajan en la calle en oficios informales como vendedores ambulantes, limpiavidrios, cuidacoches, prostitutas, entre otros. Generalmente provienen de grupos sociales excluidos que ante la falta de trabajo formal deben desempeñarse en tareas de supervivencia. Goñi trabajaba como limpiavidrios y dormía en la Plaza Moreno, a metros de donde desempeñaba su actividad. En diciembre de 2010 personal policial comenzó a hostigarlo para que dejara de trabajar allí, justificando que se trataba de `una orden del intendente`. Para justificar las detenciones le aplicaban la DAI (Detención por Averiguación de Identidad), por la que fue llevado a la comisaría 25 veces en un año, y en la mitad de esas oportunidades tenía en su poder el DNI. En varias de esas detenciones fue amenazado (incluso se le dijo que lo harían desaparecer), golpeado, humillado, y se le sustrajeron sus pertenencias. Desde este Comité se presentó una acción de habeas corpus preventivo, solicitando que cesara la persecución policial”.



Facundo Goñi es el símbolo intacto de otros que son bandera porque ya no están. A Luciano Arruga lo levantaron infinitas veces antes de su definitiva desaparición. Aquel 31 de enero de 2009 en que lo subieron a un coche policial en una esquina de Lomas del Mirador aplicaban sobre él la última y definitiva de las sanciones. Tenía apenas 17 años. Y si bien desde el 20 de noviembre de 2008, un fallo de la Suprema Corte prohibió –a partir de una resolución del juez Luis Federico Arias- que menores de edad fueran llevados a comisarías ni por contravenciones ni por averiguación de antecedentes, Luciano era conducido una y otra vez a un calabozo. La orden tácita era clara: si no aceptaba robar para la corona debía ser doblegado. Y si no era doblegado, sólo quedaba esa vieja práctica argentina 30.000 veces aplicada en dictadura, decenas de veces en democracia.



Facundo Goñi es, en definitiva, el símbolo vivo de Luciano Arruga, Walter Bulacio, Miguel Bru, Iván Torres, Daniel Solano y tantos, tantos pibes de los márgenes que –de una u otra forma- prepean al sistema.



Hay patrones de normalidad establecida y estereotipos de persecución paridos en cada tiempo histórico. Cada contexto y cada época cincela concienzudamente el target a combatir. Facundo Goñi es hoy estereotipo presente. Es el rostro patente de “los indeseables”. Anarquistas inmigrantes hacia principios del siglo pasado, subvertidores de orden injusto en los 70, pobres y marginados de los 90 en adelante.



“Todo país define a sus indeseables y a sus formas de cribarlos. A veces las señas de identidad del perseguido se redujeron a un nombre y un apellido transformados repentinamente en el estereotipo del «enemigo público», como lo fueron Severino Di Giovanni o Simón Radowitzky en Argentina, pero también se ha descargado la fuerza pública sobre minorías, chivos expiatorios o grupos acorralados por causa de sus actividades o de sus ideas. La lista de despreciados, de vejados, y de buscados vivos o muertos, es larga: el indio, el gaucho matrero, el maximalista, el judío durante la «semana trágica» de 1919, el cabecita negra y el subversivo, sin excluir a los homosexuales y los polígamos, todos ellos encarnaciones de la barbarie, el cimarronismo o las costumbres «exógenas» y que fueron recluidos en reservas o llevados a la guerra o arrojados a ergástulas o sometidos a batidas como si fueran trofeos de caza”, define Cristian Ferrer.



Es una suerte de higiene destinada a limpiar la casa de todo portador de contracorriente.



Ya lo decía perversamente Miguel Cané, ese falso propagador de juvenilias privilegiadas por el orden económico de inequidades. Había que expulsar hasta la muerte, si era necesario, a extranjeros indeseables, anarquistas, prostitutas y vagos consuetudinarios. Unos y otros constituían el más pérfido laboratorio de criminalidad. Pergeñadores de una moralidad espuria que el establishment desprecia.



Ni Facundo Goñi ni tampoco Miguel Bru, Daniel Solano o Luciano Arruga hubieran entrado en esa Juvenilia diseñada entre sus propios sueños de clase por Cané. A Facundo, Miguel, Daniel o Luciano el propio Cané les hubiera enviado la policía cuando los jóvenes del Nacional Buenos Aires salían en excursión romántica a la “quinta de los vascos” y se llevaban subrepticiamente unas sandías. Con ellos de protagonistas, no hubiera sido picardía sino vil ejemplo de hierba mala.



Esta vez, una en millón, el limpiavidrios –que seguirá limpiando vidrios y deambulando sus pasos en los márgenes- le torció por un ratito el brazo al gran pulpo.



















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